“La vitivinicultura chilena, que posee valor universal, único e irrepetible por la calidad de sus terroirs, merece ser reconocida como patrimonio cultural y natural de la humanidad por ser la superficie más extensa en el mundo de Vitis vinífera en pie franco.”
Las áreas vitivinícolas reconocidas e inscritas en la lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad son diez: las Cinco Tierras (Cinque Terre) y el valle de Orcia (Val d’ Orcia) en Italia; Saint-Émilion y el valle del Loira (Val de Loire) en Francia; el Wachau y el Fertö/Neusiedlersee en Austria; el Valle Superior del Medio Rin en Alemania; el valle del Douro en Portugal; el paisaje cultural histórico de la región de Tokay en Hungría, y Lavaux en Suiza.
En junio de 2014 se sumó la franja de colinas del Piamonte, que comprende desde la zona geográfica de Las Langhe (Barolo y Barbaresco), hasta Asti y Monferrato, quien escribe sugirió proteger las 20.000 hectáreas de viñedos en terrazas, a girapoggio, representadas por un paisaje con filas que abrazan la colina en circunvalación, actualmente sustituidas por el sistema a rittochino, es decir, filas a lo largo de la línea de pendiente de la colina para facilitar la mecanización, pero con graves riesgos de erosión y de deslizamientos de tierra.
Italia también ha presentado la petición de reconocimiento de las Terrazas Retiche de la Valtellina, pero los dossiers que permanecen en la sede de la Unesco de París son bastante numerosos. Mientras tanto, cabe señalar que hasta ahora ningún área vitivinícola del Nuevo Mundo ha sido reconocida, no obstante los efectos positivos de imagen y flujo turístico que se registran en los sitios de patrimonio de la Unesco.
Las viñas europeas de pie franco son resistentes a la sequía, a la salinidad, a la caliza, a los pH alcalinos, menos vigorosas y de centenaria supervivencia. Proporcionan vinos armónicos, aromáticos, ricos en antioxidantes y de larga vida, vinos que junto al pisco y el vino chileno son conocidos internacionalmente.
Chile, por su parte, es el único país del mundo que posee más de 200.000 hectáreas de viñedos que viven sobre sus propias raíces, en “pie franco” (sin portainjertos americanos), libres de la Phylloxera vastatrix y de otros virus trasmisibles con los injertos. Sus viñedos, situados en algunas de las alturas más elevadas de nuestro planeta, pueden considerarse héroes de las montañas y bastiones biológicos por la escasa difusión de parásitos.
El clima vitivinícola chileno, que es excepcional gracias a la amplia latitud que abarca (de alrededor de 29 a 41 grados de latitud sur), varía de un clima desértico al norte (donde vivió la Premio Nobel Gabriela Mistral) a uno temperado a frío hacia el sur, mediado positivamente por los vientos que cada día soplan desde la cordillera de los Andes hacia el Pacífico y viceversa, desde una altura que supera los 2.000 msnm. Durante la maduración de las bayas se producen diariamente frecuentes variaciones térmicas que pueden llegar hasta los 22 °C. Por ser el lugar donde alcanza los valores más altos del mundo, en Chile se concibió el índice Fregoni de calidad de las viñas.
Un proyecto de valoración del legado del vino chileno debe considerar también su patrimonio cultural artístico, religioso y arquitectónico, las casas coloniales y bodegas, el medio ambiente y sus paisajes, e incluir sus numerosos valores culturales tangibles e intangibles. La viticultura y el arte chileno son testimonio de la singularidad universal de un patrimonio cultural que debe ser protegido en el interés de toda la humanidad a través del reconocimiento y la inscripción en la lista de patrimonio mundial de la Unesco.
Para todo ello y para reforzar esta solicitud, declaro desde ya mi disposición a colaborar presentando un testimonio internacional y científico independiente.
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Profesor Mario Fregoni1
(Traducción de Rosa Balmaceda Le-Fort)
1 Profesor de Viticultura (1980-2009) de la Universidad Católica de Piacenza, presidente honorario de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), académico de Agricultura en Francia, miembro de la Academia Internacional de Viticultura y Enología de Rusia, presidente de la Academia Internacional de Análisis Sensorial y miembro honorario de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En 2008 le fue concedido el Gran Premio de la OIV por sus méritos científicos en más de cuarenta años de colaboración con dicha organización.